Estrella Cardona Gamio página personal
e-mail

Home|Me presento|Páginas seleccionadas|Actualidad|Muy personal|Pensamientos célebres|Novela|Contenidos|Aviso legal

 
 

Puedes leer mis novelas, cuentos, artículos, etc., en...

CCGEdiciones
ADOLF-art
Badosa.com
Letralia
Atalaya -Ciudad Letralia-

VAMPIROS

Mis libros en papel...

Mis libros en papel...


-Sí, llámalo cuanto antes, y no te preocupes por traerme ningún desayuno, repondré fuerzas en el camino; ya se me ha hecho demasiado tarde.

Se incorporó bruscamente y, malhumorado, fue a buscar su casaca de viaje, Liesel se apresuró a ayudarle a ponérsela a lo que él, verdaderamente enfadado ya, la rechazó con el gesto y la palabra.

-¡No es necesario, muchacha, puedes reintegrarte a tus quehaceres!

Ella le miró sin comprender pues aquel acento no era lo que se dice amable y él parecía encolerizado... con ella. Se le llenaron los ojos de lágrimas y como no tratábase precisamente una mujer tímida de las que sufren en silencio, murmuró, haciendo un esfuerzo para que los sollozos no quebrasen su voz:

-Señor, ¿qué os he hecho yo para que me tratéis de esta manera?... Sólo pretendía ayudaros...

Wilhelm se sintió muy incómodo porque la jovencita tenía razón ya que su conducta no era la correcta y se maldijo interiormente por aquella cólera ilógica que le dominaba sin que pudiese impedirlo.

-No me has hecho nada Liesel, ¿tan importante te crees? –no debía haber dicho aquello y se arrepintió enseguida por su intemperancia ya que la pobre muchacha empezó a llorar en silencio, no como había visto a otras mujeres, llorando falsamente entre dengues y suspiros, sino con auténtico dolor. Se sintió acorralado, no sabía que hacer ni que decir, consolarla era excesivo, excusarse impensable, ¿qué embrollada situación era aquella de la que no podía salir?

-¿Por qué sois tan cruel conmigo?

Cualquier otra sirviente se hubiera escapado corriendo sin hacer pregunta alguna. Wilhelm no salía de su asombro.

-No lo soy –farfulló-, no lo soy en absoluto, me porto como cualquiera otra persona...

-¡Eso no es cierto! -exclamó ella con apasionamiento entre sus lágrimas-, vos no sois como los demás, vos siempre habéis sido conmigo comprensivo, amable... ¿Por qué habéis cambiado tan de repente?

-No sé de que me hablas –repuso él con sequedad acercándose a la ventana para darle la espalda porque no podía sostener su mirada de reproche.

-Erais tan diferente a todos... –comenzó ella pero él, al escuchar aquel “todos”, se revolvió como si le hubieran herido a traición.

-¿Todos?... Muy joven eres para alardear de experiencias, Liesel, ¿o acaso me engaño?

Ella le miró sin comprender y ante aquellos ojos grandes y sorprendidos, Wilhelm supo que había cometido otro grave error y se apresuró a enmendarlo torpemente.

-Bueno, si me comparas con tu prometido, Herr Hauptmann, tal vez sea diferente.

Liesel dejó de llorar.

-¿Qué habéis dicho? –quiso saber con expresión de asombro.

-Herr Hauptmann, tu prometido esposo.

-¿Quién os ha contado eso?

-Él mismo -dijo el poeta desconcertado.

-¿Él mismo? –repitió Liesel estupefacta.

-Si.

La joven había pasado de la palidez al rubor sin transición, y, acto seguido, estalló vehementemente:

-¡Pues se trata de un embuste, señor; ni es mi prometido esposo ni jamás lo fue, nunca!...

Wilhelm se sintió acorralado sin saber que pensar ni a quién creer.

-Él lo afirmó... Yo no hice pregunta alguna y Hauptmann se apresuró a contármelo apenas saliste de esta habitación el otro día...

-¡Mintió, mintió, mintió!... –exclamó Liesel con las mejillas encendidas- ¡Al poco de venir aquí a trabajar, empezó a rondarme y, en efecto, me propuso matrimonio, incluso con la bendición del pastor que veía en ello un cambio de situación muy ventajosa para mí, pero yo siempre le rechacé porque a pesar de haberse portado bondadosamente conmigo, no tengo porque casarme con nadie por agradecimiento!

-Él lo afirmaba... –repitió confuso Wilhelm- ¿Cómo no iba a creerle si lo decía tan seguro?

Ella se dejó llevar por una creciente indignación.

-¡Ahora comprendo muchas cosas, vuestra conducta ha sido parecida a otras, huéspedes que han pasado por aquí siendo corteses conmigo y que luego... luego... !

No prosiguió porque las palabras se estrangulaban en su garganta.

Wilhelm la contempló con alarma.

-¿Luego qué, Liesel?

La joven se echó a llorar inconteniblemente.

-Vos no queríais saber nada de mí, pero ellos sí...

Ahora quien se indignó fue él.

-¿Insinúas que pretendieron tomarse libertades contigo?

La muchacha sollozaba desconsolada.

-¿Qué respeto podía merecerles una mujer que se vendía por dinero?... Y a vos mismo, ahora lo comprendo, debí pareceros falsa y repugnante, capaz de... capaz de...

Liesel lloraba convulsivamente, con las manos en el rostro, estremeciéndose sus frágiles hombros, espectáculo que era más de lo que Wilhelm podía soportar. El joven se acercó irreflexivo a la muchacha y la abrazó protector.

-¡Liesel, no llores más, te lo ruego, no llores!... Todo ha sido una patraña, bien, olvidémosla... y perdóname tú a mó por mi severidad y rectitud, en este caso erradas... Debí suponer que eras incapaz de semejante conducta... pero soy humano y, como tal, necio...

Ella alzó su rostro, húmedo por el llanto, hacia él y Wilhelm pensó que era la primera vez que contemplaba directamente la imagen de la inocencia ultrajada, luego de haberla visto en más de algún cuadro de asunto bíblico.

Liesel era tan joven, tan bella y estaba tan desamparada en el mundo, presa fácil de cualquier desaprensivo... La cierva herida... 

-¡Liesel, debes irte de esta posada –murmuró roncamente-, debes irte!

-Sí, me iré, señor, me iré muy lejos.

Wilhelm la soltó con delicadeza.

-¿Adónde irás?... ¿Tienes algún sitio en el cual... ?

-No, señor, pero ya encontraré; siempre hay trabajo para las criadas.

El poeta se dirigió hacia el lugar en donde reposaba su equipaje, dos bártulos de medianas dimensiones y recogiéndolo, le pidió a Liesel:

-Alárgame esos papeles que están encima de la mesa... –y, cuando ella se los entregó, le dijo en un tono que no admitía réplica: -Desde este momento pasas a mi servicio.

Ella le miró sin comprender, como si no hubiese escuchado bien sus palabras.

-Si, Liesel, te tomo a mi servicio... Debiera haber marchado ya muy temprano porque se me espera en las posesiones del duque de Alt-burg, quien ha tenido la gentileza de ofrecerme un pabellón durante el tiempo que precise para escribir una obra de teatro que acabo de empezar.

Ella apenas atinó a replicarle:

-¿Necesitáis una criada?

-Hay suficiente servicio en la mansión.

-No os comprendo...

-Odio las cadenas, Liesel, la esclavitud... Nunca más volverás a ser una criada –declaró él con solemnidad.

-Pero me tomáis a vuestro servicio...

-En efecto, mas en calidad de amanuense; tú pasarás en limpio cuanto yo escriba... –se impacientó- ¿Aceptas?, es un buen trabajo y digno.

Ella tuvo unos instantes de vacilación.

-¿Vuestra esposa estará de acuerdo?

La pregunta le cogió a Wilhelm desprevenido.

-¿Mi esposa?... No tengo esposa, ni prometida, ni nada que se le parezca, soy un hombre sin ataduras y mis responsabilidades son elegidas con entera libertad... Si te ofrezco esa colocación es porque creo que eres merecedora de ella, cuando menos, voluntad no debe faltarte.

A la joven se le llenaron los ojos de lágrimas de agradecimiento y, postrándose a sus pies, se precipitó a cogerle la diestra que cubrió de besos.

-¡Oh, gracias, señor, gracias, os juro que nunca tendréis motivo de arrepentimiento por vuestra buena acción!

-¡Levántate, muchacha, ningún ser humano debe humillarse delante de otro! –exclamó el poeta fiel a sus idealismos, aunque inexplicablemente nervioso ahora.

Ella le obedeció feliz.

-¿Me permitís que vaya a buscar mis cosas, señor?

-Sí, hazlo, yo en tanto bajaré a comunicarle al hospedero que te llevo conmigo.

La muchacha estaba abriendo la puerta en ese momento y se detuvo radiante.

-No es necesario, señor, Herr Hauptmann se fue hace unas horas a una feria de caballos y tardará en volver.

Él sonrió a su pesar.

-Entonces –dijo-, esto es una huída en toda regla.

-¡Oh, señor, sí, sí que lo es! –exclamó Liesel alborozada mientras desaparecía ligera por el corredor.

 

Sigue...

EL DESTERRADO © 2004 Estrella Cardona Gamio. |Aviso legal+Índice

Enlaces
Índice de contenidos
Páginas seleccionadas
Actualidad
Muy personal
pensamientos célebres
Novela
Novela on line
El desterrado
Mis blogs en:


© Estrella Cardona Gamio. Reservados todos los derechos. En línea desde 2004