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Emil Konrad no se mostró muy locuaz durante el viaje de regreso a Alt-burg, no porque no tuviese deseos de hablar sino porque aguardaba para mejor ocasión ese instante en el que iba a dar rienda suelta a todo el resentimiento acumulado durante aquellos largos años en los cuales su viudedad no fue precisamente el motivo que le ensombreciese la vida.

Liesel junto a él, completamente anonadada, había dejado de pensar con coherencia y lo único de anhelaba de una manera instintiva era morirse allí mismo repentinamente; su maravilloso sueño de amor había terminado.

El duque se hizo cargo de la situación en pocos momentos apenas se hubo enterado, con la lógica sorpresa, de que Liesel estaba allí, y de tal suerte, los acontecimientos se desarrollaron fluidamente.

Con la prepotencia que era debida al rango que ostentaba y su savoir faire; no le costó nada persuadir al comandante de la fortaleza de que él acogería bajo su protección a la joven Frau von Reisenbach, “en tanto el enojoso asunto se resolviese”, ocupándose también personalmente de hacer llegar, a quien correspondía, el affaire de la presencia de Liesel en Wolkenbruch, y el militar se lo agradeció desde lo más profundo de su alma ya que, tras el vergonzante suceso de la pasada noche, hacerse cargo de la muchacha, le suponía una responsabilidad muy embarazosa, eso por no mencionar que luego de verla desnuda, y vejada, por sus hombres, hablar con ella directamente hubiera constituido un suplicio para él, así que se la entregó al duque sin un adiós, pero con el ruego de que le ofreciese sus respetos a la dama, contento de haberse librado de una parte del problema, ya que la otra, la tenía instalada en Wolkenbruch en la persona de su prisionero.

Lo único que le dijo el duque a Liesel cuando arrancó el vehículo fue:

-Sois una mujer afortunada ya que he llegado en el momento oportuno, justo cuando ibais a abandonar la fortaleza por haberse descubierto el burdo engaño con el que pretendisteis embaucar a una tropa de curtidos militares. Idea desafortunada, mas comprensible en unos recién casados... Por cierto, ¿cuándo contrajisteis matrimonio?, no en la capilla de Alt-burg, presumo.

Pero no le reveló de lo que había hablado con Wilhelm; eso era algo que pensaba utilizar para más tarde.

Bien sea debido a que los caballos del duque sobrepasaban en velocidad a los que les habían llevado a Wolkenbruch, bien fuera porque el carruaje estaba en mejores condiciones también, el caso es que el viaje no fue largo y arrivaron al feudo de Emil Konrad, mucho antes de caer la noche.

Ya en el castillo, el duque dispuso que Liesel fuese conducida a unos aposentos a ella destinados, que le cambiasen las ropas y que se la arreglase convenientemente “cómo su rango y condición exigían”, ordenó también que preparasen una cena para los dos en aquella suite, y cuando todo hubo sido llevado a cabo según sus deseos, se presentó confiado en lo que él consideraba el escenario de su triunfo.

Al entrar, lo primero que vio fue que Liesel, muy bien vestida, estaba de pie, junto al cerrado ventanal, mirando hacia el exterior, y como así permaneciera sin volverse al oírle entrar, Emil Konrad, exclamó con fingida jovialidad:

-No habéis querido probar bocado en todo el día, ni siquiera cuando nos detuvimos en la posada para abrevar a los caballos... ¿Pensáis continuar mucho tiempo más sin comer?, recordad que estáis a mi cuidado y no quisiera que el caballero von Reisenbach me exigiese explicaciones...

Liesel se giró de súbito, inconteniblemente furiosa.

-Se trata de vuestra venganza, ¿no es cierto?... ¡Anhelabais conseguirme y encontrasteis la manera de apartarme de Wilhelm denunciándole como escritor subversivo, pero no contabais con que yo iba a ocupar el lugar de Otto!

El duque abandonó su falsa sonrisa asumiendo entonces una expresión maligna, mucho más acorde con su estado de ánimo.

-Se trata de mi venganza, no tengo por qué negarlo, pero no os creáis tan importante, jovencita, pues vos os encontráis en un segundo término dentro de ella; yo no imaginaba que von Reisenbach iba a venir tan bien acompañado a mis posesiones, aunque vos no alterasteis ningún plan por ello, al contrario, los enriquecisteis otorgándoles posibilidades nuevas, muy agradables debo reconocerlo; era una manera de devolverle a nuestro estimado poeta toda la deshonra que él trajo a mi vida... Porque vuestro... esposo, niña, al que ignoro dónde y en que circunstancias conocisteis, nunca ha sido lo que se dice un anacoreta. Tal vez no lo sepáis pero sus amantes se cuentan por docenas, sintiendo una muy especial predilección por las mujeres casadas... Mi esposa fue una de ellas, una de tantas, y en ese pabellón donde tan felices habréis sido, amiga mía, él se solazó, entre verso y verso, con los encantos de la duquesa de Alt-burg mientras su marido se hallaba en la corte cumpliendo con los deberes de un consejero... ¡Oh, vuestro querido Wilhelm es un experto haciendo el amor, y si no recordad a Rosina que no pudo aguantar por más tiempo, apenas verle, y huyó con él al pabellón, y él, cuya lujuria es insaciable, no tuvo reparo alguno en dejaros aquí sometida a la humillación de veros postergada en público! –el duque hizo una pausa efectista-. Sinceramente, señora, pensé que vos también erais una ramera cuando él os hizo tamaño desprecio, pero no, os engaño, lo pensé mucho antes, la primera vez que os descubrí bañándoos en la fuente a primeras horas de la mañana... ¿Pues que clase de mujer honesta haría semejante cosa sin miedo a que la descubrieran?... Tampoco iba a ciegas, no quiero mentiros; alguien del servicio, de mi entera confianza ya que lo puse a vigilar discretamente a von Reisenbach mientras éste aquí estuviera, me informó de las escenas lúbricas a las que os entregabais vuestro amante... esposo y vos, en las mañanas del parque... ¡Verdaderamente una indecencia intolerable y, además, en mis posesiones a la vista de cualquiera!... Por eso me acerqué aquel amanecer dispuesto a sorprenderos y obrar en consecuencia, no, no es que me olvidase de mí proyectada denuncia, ¿cómo iba a hacerlo si durante años no he pensado en otra cosa si no en hacer morder el polvo a ese maldito vate?, pero quería otro cargo más que añadir a su ruina... –suspiró teatralmente- Y os encontré a vos, tan hermosa, tan joven, con la sensualidad a flor de piel, y bien que vi, señora, todo vuestro cuerpo acariciado por el manantial, ¡ah, cómo envidié el no ser agua para introducirme dentro de vos una y otra vez!... Entonces decidí esperar, no mucho, la verdad, pero sí lo suficiente para convertir la espera en otro placer más, sin embargo, y pese a tan sabios propósitos, estuvisteis a punto de hacerme perder la continencia cuando os di a comer aquel bombón... Si supierais que durante unos momentos, mientras mis dedos estaban en vuestra boca, experimenté la onda de deleite más intensa nunca antes sentida por los medios habituales...

El duque se había acercado peligrosamente a Liesel, pero ésta no se dio cuenta de lo que ello podía significar, porque de toda la perorata sólo había retenido en su mente aquello que hacía referencia a Wilhelm.

-¡No os puedo creer, señor; por vos habla el despecho e intentáis enlodar la reputación del hombre a quien amo, para que yo, en una necia venganza, le sea infiel; mucho daño nos habéis hecho, señor duque, mas pretender justificarlo con agravios inventados...!

-¿Inventados?, ¿inventados decís? –el duque lanzó una amarga carcajada- Os habéis acostumbrado a la imaginación de un poeta y creéis que todos disfrutamos de semejantes dotes... Pues sabed, hermosa Liesel, que vuestro irreprochable marido holgó tanto con mi esposa que la dejó encinta... y sé que no era mío... porque durante aquella época yo estuve fuera... Por suerte, el pequeño bastardo nació muerto... Yo lo vi... y nunca he contemplado a un recién nacido que se pareciese más a su padre, os doy mi palabra de honor y por él os juro que estoy diciendo la verdad.

Liesel se quedó muda contemplando al duque, quien incomprensiblemente parecía sincero, y luego movió ambas manos como si quisiera alejar un mal sueño.

-¡No es cierto, no es cierto, pretendéis engañarme!

-Conque os engaño, ¿eh?, pues bien, si lo deseáis, le diré a Rosina que os escriba una carta y os cuente lo que pasó aquella noche entre los dos, si a mí no me creéis a ella supongo que sí puesto que puede hablaros con un conocimiento de causa, al que supongo no estaréis ajena, de los particulares gustos de Wilhelm von Reisenbach, así no podréis sostener que miente.

-¡Él me dijo que habían sido amantes hacía mucho tiempo! –exclamó con desesperación Liesel. 

-¡Cuán sincero! –se mofó el duque- ¿También os dijo al género de prácticas a las que se entregaron aquella noche mientras vos aquí leías inocentemente su obra teatral?

 

 

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