Wilhelm
reflexionó durante
unos instantes, y,
al recordar que la
muchacha sólo había
leído de Rousseau
La nueva Eloisa
y Emilio o la educación,
traducciones extraídas
de la biblioteca de
la duquesa de Alt-burg,
decidió contarle algo
de la vida del filósofo,
en un intento de que
se acercase al personaje
y pudiera comprenderle
mejor.
Ella
le escuchó en silencio,
según era su costumbre,
y, al concluir él,
estalló con su habitual
apasionamiento:
-¡No
le habéis hecho ningún
favor a monsieur Rousseau,
señor, bien al contrario!
-¿Qué
quieres decir?- preguntó
el poeta desconcertado.
-¡Acabáis
de pintarme el retrato
de un hombre que odiaba
a los reyes y a las
monarquías que ellos
representaban, que
odiaba a la nobleza,
y, sin embargo, medró
a costa de reyes y
aristocracia, pues
todos se desvivían
protegiéndole y él
no rechazaba esas
ayudas al aceptarlas
como quien hace un
favor!... ¡No entiendo
ese modo de pensar
y de obrar... y no
deseo creer que vos
sigáis sus pasos,
ya que tanto le admiráis!
Wilhelm
ruborizóse, ligeramente
avergonzado al oír
aquello.
-Yo
no soy Rousseau; Jean-Jacques
pasó muchas privaciones
en su infancia y en
su juventud al llevar
una existencia miserable
y azarosa. Su madre
murió a los pocos
días de haber nacido
él, su padre le tuvo
desatendido durante
mucho tiempo, su único
hermano, primogénito,
dejó el hogar abandonándolo
para siempre, la gente
de alcurnia le volvía
la espalda en un principio,
pero todo esto te
lo acabo ya de explicar,
y debes comprender
que eso crea resentimientos,
por ello es lógico
que luego escribiera
como lo hizo exponiendo
su modo de pensar...
y en cierta forma
se aprovechara de
los poderosos, cosa
que yo no hago puesto
que estoy agradecido
a quienes me ayudan
y también pertenezco
a la nobleza debido
a un título que he
heredado de mi padre
por gracia del príncipe
reinante, pero si
admiro a monsieur
Rousseau es porque
tuvo el valor suficiente
para hablar con claridad
diciendo lo que sentía.
Liesel
frunció el ceño con
gesto del que no va
a cambiar de opinión.
-Cuando
leí Emilio,
pensé que todo estaba
muy bien, incluso
llegué a compararme
con él ya que había
procurado instruirme
por mi misma, pero
ahora comprendo que
es una obra estúpida,
mejor dicho, falsa,
porque, ¿cómo puede
un hombre que arrojó
a sus hijos al hospicio,
hablar de educación
para la infancia?...
¿Y cómo puede también,
ese mismo autor, convertir
el amor materno en
desenlace moral de
una novela suya, La
nueva Eloisa,
cuándo no tiene ni
la más mínima idea
acerca de lo que está
escribiendo?
Semejantes
airadas preguntas
carecían de respuesta,
o, al menos, de unas
respuestas sencillas
y asequibles; para
Wilhelm el pensamiento
teórico era el alma
de las cosas ennobleciéndose
con infalibles resultados
a largo plazo, mas,
tal profundidad de
reflexión, ¿podía
aquilatarla debidamente
una mujer, y una mujer
tan joven, por añadidura?
Una mujer que, sin
embargo, reconocía
haberse llegado a
identificar con Emilio
al comparar su afán
de instrucción con
el del muchacho, pero,
contemplando a Liesel
indignada, no al modo
de una mujer de clase
inferior sino de un
igual, el poeta se
repitió lo que en
más de una ocasión
había pensado últimamente:
que la joven no podía
haber sido engendrada
por un haragán borracho
y obtuso, tal vez
si de algún viajero
de paso, tal vez si
de un amo condescendiente
de haber sido la madre
tan hermosa en su
juventud como lo era
la hija, o tal vez
si de tratarse de
una niña abandonada
apenas nacer, de elevada
cuna aunque bastarda...
Y se dijo que con
criaturas como ella
no era menester polemizar,
sino hacerles el amor
que es la única forma
en que un varón y
una mujer pueden entenderse
sin disputas, lo que
venía a indicar, entre
unas reflexiones y
otras, por cierto,
incongruentemente
clasistas dada su
pregonada mentalidad
librepensadora, que
incluso siendo un
hombre inteligente,
las contradictorias
teorías de Rousseau
habían calado hondo
en su espíritu, y
aunque no pusiera
en duda el que Liesel
tuviese un alma no
dejaba de conceptuarla
como un bello receptáculo
apto sólo para contener
cuanto un hombre,
él, quisiera depositar
en su interior, ya
que con ese legado
Liesel podría evolucionar;
cada individuo puede
ejercer de padre con
su compañera, pensaba,
y ello llenábale de
la aludida satisfacción
al deber cumplido
que mencionara Cicerón.
En
semejante paraíso
particular tan exclusivo
no podía caber ninguna
serpiente, nada que
enturbiase aquella
idílica paz, ergo,
en lo sucesivo, Wilhelm
soslayó intencionadamente
cualquier motivo serio
de discusión y los
días siguieron transcurriendo
felices dedicándose
sólo las críticas
y los comentarios
a la obra teatral
cuyas lecturas intercambiaban,
convirtiéndose de
tal suerte en actores
sin darse cuenta,
y Sabine se
parecía cada vez más
a Liesel, y el príncipe
empezaba a mostrar
un perfil más humano
dentro de su despotismo,
porque, como decía
la muchacha: “si Sabine
le ama, algo bueno
ha de tener; no se
puede amar a un monstruo”,
a lo que él, en tal
ocasión, repuso paternal:
“pero tú afirmas que
te hubiera gustado
ser Bella”...
-No
comparéis, señor,
la Bestia era gentil
y bondadoso.
Y
él la había sentado
sobre sus rodillas
llenándola de besos.
Singular
relación entre amantes,
en la cual Liesel
todavía no se había
acostumbrado a tutear
a von Reisenbach,
pese a que él se lo
había rogado muchas
veces.
-No
puedo, señor –argüía
la muchacha con apuro-,
aún no puedo hacerlo.
-¿Por
qué? –preguntaba él
divertido.
A
lo que ella se sonrojaba
invariablemente sin
responder nunca.