-Reharé
el parlamento de mi heroína,
no es que haya llegado hasta
ese punto, pero sí realicé
unos apuntes marginales trazando
el esquema de lo que ella
iba a decir en la escena final
de ese acto... Pretendía –remeció
la cabeza llevado de una divertida
auto indulgencia-, pretendía
que este monólogo último pudiera
desbancar, en la memoria de
las generaciones venideras,
el recuerdo del “ser o no
ser”, de William Shakespeare,
¡cuán iluso... o presuntuoso
por mi parte!, ¿no te parece?
–preguntó retóricamente ya
que había olvidado que la
jovencita no podía saber nada
del príncipe de Dinamarca
ni de su autor, pero ella
volvió a sorprenderle al replicar
con un hilo de voz:
-El
pastor Hofbauer tenía Romeo
y Julieta, Hamlet,
Macbeth, traducidos al
alemán... Leí algo de ellos
cuando iba a quitar el polvo
a su biblioteca, pero no los
pude copiar aunque me hubiera
gustado...
Von
Reisenbach se quedó atónito,
¡la desconcertante criatura
había leído a Shakespeare!,
entonces no pudo menos que
preguntarle:
-¿También
en la posada copiabas?
Ella
negó lentamente con la cabeza.
-No
podía muy a menudo porque
por las noches estaba demasiado
cansada, pero en ocasiones,
cuando disponía de algún momento
libre, me refugiaba en mi
cuarto y copiaba de la Biblia,
ya os lo dije...
-Sí,
en casa del pastor Hofbauer,
ahora, no podía suponer que
también en la posada...
Ella
se estremeció, él acababa
de coger su mano y se la estrechaba
afectuosamente.
-Eres
verdaderamente admirable,
admirable... ¿Tiemblas?, ¡qué
necio soy, la noche comienza
a refrescar y ninguno de los
dos ha advertido que debieras
de haber cogido un chal!...
Ven –tiró de su mano suavemente-,
regresemos al pabellón...
–y, sin soltarla, conduciéndola
como si de una niña pequeña
se tratase, la llevó de vuelta
al edificio cuyo techo brillaba
cándidamente bajo la luz de
la luna.
Al
día siguiente, los acontecimientos
no se desarrollaron de igual
manera que el anterior. Para
empezar, Liesel se despertó
a las siete en lugar de las
ocho -otra vez le había costado
dormirse aunque en esta ocasión
el poeta no se refugiara a
media noche en la biblioteca
lo que le hizo suponer que
de haber escrito lo habría
hecho en su aposento-, y,
libre de los oficiosos cuidados
del servicio, se lavó como
mejor pudo con la ayuda de
una jarra de agua, que le
habían colocado cerca por
si tenía sed durante la noche,
utilizando la jofaina de la
primera mañana de su estancia
allí. Dado que era una persona
a la que gustaba ir limpia,
empezaba a constituir para
ella una molestia muy grande
el no poderse asear como hubiera
querido y el problema comenzó
a preocuparla y a meterla
en cavilaciones sobre la forma
en que podría resolverlo.
Vestida
de nuevo con el traje rosa
tornasolado, decidió reintegrarse
a la salita y seguir copiando
ya que la casa continuaba
silenciosa y solitaria, lo
que le hizo suponer que la
servidumbre aún no había hecho
acto de presencia aquella
mañana, sospecha que veríase
confirmada tres cuartos de
hora después, al escucharles
llegar, moverse por el pabellón
y ver aparecer a una sorprendida
criada en la sala donde ella
estaba escribiendo.
-¡Oh,
disculpad, señorita!
Liesel
escondió las manos como un
niño cogido en falta.
-No
tiene importancia.
-¿Deseáis
que os sirvan el desayuno?
-No,
no... No tengo apetito ahora.
-¿Os
traigo una bandeja para después?
La
muchacha asintió en silencio,
sabedora de que si continuaba
negándose, iba a crear un
verdadero problema en el quehacer
de los domésticos, que de
eso ella sabía bastante porque
todo trabajo tiene un ritmo
que no debe cortarse, como
el suyo entonces por ejemplo,
pluma en ristre, dedos magullados,
pero que no debía interrumpirse
caprichosamente.
Al
quedarse sola de nuevo, volvió
a colocar las manos sobre
el tablero del escritorio,
contemplándolas interrogante;
con sus escasas pertenencias
había llevado un ungüento
de esos que lo curaban todo
y que solía aplicarse en invierno,
cuando el frío, unido al agua,
le agrietaba la piel, confiando
ahora, que, al aplicárselo
cada noche, sus manos dejaran
de ponerla en evidencia, no
por ella sino en consideración
a su protector.
El
sol de la mañana empezaba
a penetrar en la salita, cuando
oyó movimiento en la estancia
contigua, alguien arrastraba
una silla, luego se escucharon
pasos y la puerta que comunicaba
las dos piezas se abrió con
suavidad como para darle tiempo
a acostumbrarse a la presencia
del intruso. Levantó la vista
del papel algo turbada, y
allí estaba él, también vestido
lo mismo que el día precedente
y con la mirada distraída
de quien se halla embebido
en no se sabe que profundas
cavilaciones.
-Buenos
días Liesel, perdona que te
interrumpa... ¿Has descansado
bien esta noche?
Ella
dijo que si, agregando:
-¿Y
vos, señor?
-Bien,
bien... Me gustaría que entraras
un momento en la biblioteca,
quiero leerte algo que he
estado escribiendo.
La
muchacha se incorporó obedientemente.