Estrella Cardona Gamio página personal
e-mail

Home|Me presento|Páginas seleccionadas|Actualidad|Muy personal|Pensamientos célebres|Novela|Contenidos|Aviso legal

 
 

Puedes leer mis novelas, cuentos, artículos, etc., en...

CCGEdiciones
ADOLF-art
Badosa.com
Letralia
Atalaya -Ciudad Letralia-

VAMPIROS

Mis libros en papel...

Mis libros en papel...


El pabellón del parque era una rara joya arquitectónica, que más semejaba el capricho de una mente fantasiosa; se trataba de un edificio circular de dos pisos y planta, pintado en color beige claro y que lucía la caperuza de un alegre tejado bermellón. La fachada hallábase decorada, siguiendo el estilo de las casas pintadas de Baviera, con dibujos en ocre que parecían escoltar una especie de mandorla frontal en la que campeaba el escudo de armas de los Alt-burg, y todo el pabellón debía hallarse siempre muy bien iluminado por la luz del día a cualquier hora ya que no había espacio de la fachada que no revelase ventanas, e incluso la planta no mostraba más que la sucesión de numerosas puertas encristaladas. Cuando penetraron en su interior, Liesel quedó boquiabierta ante el lujo que se acumulaba allí, muebles de maderas preciosas, tapices, cuadros, cortinajes, espléndidas lámparas de cristal. ¿Y eso era un pabellón, un pabellón de qué?, no de caza, precisamente puesto que todo en el resultaba exquisitamente femenino. El descubrimiento de un arpa en un rincón, y de un clave en otro, hizo que Wilhelm le comentase, al seguir su absorta mirada:

-El duque es viudo y este pabellón lo hizo construir para su esposa y bajo sus indicaciones ya que era una princesa bávara, dama que amaba la música solazándose ella misma en su ejecución. La duquesa gustaba de hacer reuniones musicales aquí, prefiriéndolo con mucho, a otras salas del castillo... De hecho siempre afirmó que este lugar era un templo dedicado al arte.

Liesel dijo en un susurro, como si estuviera dentro de una iglesia:

-Es muy hermoso.

-En efecto, ven, subamos, que quiero enseñarte tus habitaciones.

-¿Vos conocéis este pabellón? –preguntó ella intimidada por tanta grandeza.

-Sí, hace años, en vida de la duquesa yo también fui uno de los asiduos a sus veladas musicales. 

Como Liesel no tenía malicia y Wilhelm habló con naturalidad, lo que menos pudo sospechar la joven fue que la duquesa de Alt-burg y su protector hubieran sostenido un apasionado idilio mientras el esposo de aquella estaba en la corte requerido por el príncipe. Aunque, en descargo del poeta tenemos que decir que él, como siempre, no fuera quien tomase la iniciativa pues con la experiencia de la dama sobraba.

Subieron la escalera que conducía al primer piso y Wilhelm informó a la muchacha de que allí había dos puertas, la primera perteneciente a una bien nutrida y espaciosa biblioteca y la otra a un pequeño saloncito, lo de pequeño era un término muy relativo, en el que había un escritorio y unas coquetonas librerías; él, que se lo estaba mostrando mientras sostenía la puerta, agregó:

-Aquí trabajarás tú en la copia de mis escritos...

-¿Y vos, señor? –interrumpió ella muy sorprendida.

-En la biblioteca, por supuesto, ¿no te has dado cuenta hace un momento, de que en ella, en un ángulo, había otro escritorio? La duquesa lo dispuso de tal suerte en una de mis estancias. Por su generosidad le dediqué una selección de versos.

-¿Los Versos Azules? –se atrevió a inquirir tímidamente Liesel.

-No. Como antes de casarse fuese muy aficionada a la caza, escribí para la duquesa una colección de poemas titulada Diana cazadora... Algo muy personal, sólo para ella.

-Ah –musitó impresionada la muchacha, y se sintió muy pequeña y ridícula frente a todo aquello que la sobrepasaba: un puesto de amanuense para la insignificante Liesel, la fregona de las manos rojas, y un pabellón principesco substituyendo a la Posada del sauce, a la rectoría de un pastor, a una granja, a una casa miserable... ¿Habría nacido bajo cierta estrella bondadosa que empezaba a colmarla de dones? Su amo tenía razón al molestarse con aquella indumentaria funeral que se había comprado; desentonaba en el ambiente.

Continuaron hasta el segundo piso, la muchacha un poco decepcionada al comprender que iban a estar trabajando en salas independientes, pero así estaba dispuesto.

En el último piso se hallaban los dormitorios, cuatro puertas, exactamente, daban acceso a ellos. Su guía señaló la primera y comentó indiferente:

-Mi dormitorio.

Pasaron ante la segunda y ella se percató de que a él se le nublaba ligeramente el semblante en ese preciso momento. La tercera puerta fue abierta por Wilhelm con cierta brusquedad.

-Esta es tu habitación –dijo sin más, y ella se quedó deslumbrada frente al lujo que allí había desplegado-. Luego subes tus cosas –indicó él amablemente.

Al salir, quedaba en el extremo del rellano la última puerta y Liesel preguntó inocentemente:

-¿Será ese el dormitorio de vuestro criado? –pues la pobre chica no estaba muy al tanto de las jerarquías que conllevaba el servicio de un caballero soltero, poeta por añadidura, y que se hospedaba como huésped principal en las tierras de magnánimos duques.

Wilhelm la contempló como si hubiera dicho un disparate, pero luego sonrió indulgente.

-Detrás del pabellón hay un pequeño establo y, encima, un cuarto, allí se alojará el sirviente.

Iban a bajar la escalera, y él, deteniéndose, la cogió con suavidad por los hombros mirándola rectamente a los ojos; ante ese contacto inesperado, ella se estremeció mas permaneció pasiva aunque el corazón empezase a latirle muy deprisa.

-Liesel, en este pabellón no hay criados, quiero que te lo metas bien profundamente en la cabeza. Tú eres una señorita y yo...-titubeó ligeramente-, yo tu mentor. Me he propuesto educarte, transformarte, porque adivino en ti grandes cualidades que tienen que desarrollarse ya que, como dice Jean Jacques Rousseau: “toda la educación de las mujeres debe ser relativa a los hombres”... El mundo en el cual vivimos se halla abocado a una nueva era de progreso, fraternidad e igualdad, una paradisíaca Arcadia en la que todos seremos mejores y mucho más felices, no sé si me comprendes del todo, pero...

Liesel le sorprendió con su sencilla respuesta:

-Os comprendo, señor, y procuraré no defraudaros.

La verdad es que entendía bien poco, sólo que él deseaba darle acceso a un mundo mejor que el conocido hasta ahora y eso le bastaba, no pretendía ir más allá de tan buenas intenciones; no era maliciosa, ya se ha comentado antes, y por otra parte, que tan gentil caballero la hubiese tomado bajo su tutela, henchíala de un conmovido agradecimiento.

No es que Liesel fuera tonta o rematadamente ingenua; había vivido lo suficiente como para saber que era la existencia y no ignoraba nada que tuviese que ver con los misterios de la vida; trabajando en una granja, tiempo ha que había descubierto muchas cosas que si en un principio le asquearan, luego fueron aceptadas por ella resignadamente. Esto no significa que hubiera perdido la doncellez entre los brazos de algún gañan atrevido u otro hombre menos patán, sino que la vida, en contacto con la naturaleza, enseña mucho con el apareamiento de los animales... y el de las personas, cuando estas no son precisamente discretas en sus escarceos, y una ha dejado ya de ser niña ciega y sorda ante lo evidente.

Liesel no ignoraba que los hombres la consideraban deseable, ya que muchos se lo habían dicho en galanteos más o menos torpes, y el posadero al pedirle que se casara con él, pero frente a Wilhelm todo era distinto, sencillamente no considerábase a su altura y si él la honraba con una sonrisa, que la había honrado con mucho más al arrancarla del peligro que para ella representaba Herr Hauptmann, bien estaba, si él la llevaba al pabellón, bien estaba, y si él la hubiese conducido a su lecho, bien estuviera, porque ella le amaba desde los 13 años siendo el suyo un amor tan distante y respetuoso que sólo se alimentaba de sueños imposibles no esperando nada a cambio; ella no era nadie y él lo era todo.

-Bueno, muchacha, entonces ya está dicho cuanto había que decir.

Liesel parpadeó porque la voz del caballero acababa de sustraerla de sus pensamientos.

-Si señor.

Wilhelm apartó las manos de los frágiles hombros de ella.

-Descendamos.

 

Sigue...

EL DESTERRADO © 2004 Estrella Cardona Gamio. |Aviso legal+Índice

Enlaces
Índice de contenidos
Páginas seleccionadas
Actualidad
Muy personal
pensamientos célebres
Novela
Novela on line
El desterrado
Mis blogs en:


© Estrella Cardona Gamio. Reservados todos los derechos. En línea desde 2004