LA
TRADUCTORA DE SALAMMBÓ |
Yo
tengo un libro que es una joya, sí, tal como suena,
una de esas joyas polvorientas en el sentido literal de la
palabra porque el polvo se incrustó hace tiempo en
sus cubiertas, viejas portada y contraportada azules de esquinas
raídas, sus páginas amarillean y abundan en
ellas las pequeñas manchas de humedad color ferruginoso.
Si abres el libro y las hueles no te saluda ese frío
olor a tinta y papel modernos tan impersonal, sino otro muy
diferente, y también muy antiecológico, por
qué negarlo, de bosques que se fueron para no volver,
es un aroma mágico que te hace soñar y al mismo
tiempo es causa de que te remuerda la conciencia.
El libro, en concreto Salammbó
de Gustavo Flaubert, se publico en París, traducido
al castellano para la Casa Editorial Garnier Hermanos, sita
en el núm. 6 de la rue des Saints-Pères, supongo
que en el año 1895 o 1896, en todo caso siempre a finales
del siglo XIX, siendo su traductora la señora María
Genoveva Laude de Dutremblay, exclusiva protagonista de esta
historia, en la que todos los nombres propios en francés
se versionaron al castellano y así los he respetado.
María Genoveva falleció
tras una súbita y rápida enfermedad el 8 de
septiembre de 1894, a los dos años de haberse casado
con el joven doctor Dutremblay, y como nació el 9 de
octubre de 1869, podemos comprobar que murió en plena
juventud, ahora bien el motivo por el cual hoy la traigo aquí,
es porque en ella concurren unas circunstancias por completo
inusuales para su época.
María era una señorita
de familia pequeño burguesa a quien, llevada de sus
tendencias literarias, le dio por estudiar idiomas, y los
estudió en casa por medio de institutrices como entonces
se estilaba. Así aprendió el inglés,
el italiano, el alemán y finalmente el castellano,
este último concretamente porque se hizo amiga de una
muchacha argentina, Emilia Girondo, y para sorprenderla lo
aprendió, luego, y en el último año de
su vida, se dedicó a traducir Salammbó
de Flaubert, y supongo que de haber vivido se hubiese dedicado
al oficio de traductora, no porque lo necesitase económicamente
sino por placer, o mejor dicho como reivindicación,
pues sin ser feminista no me cabe duda de que María
hubiese llegado a convertirse en una de las pioneras de ese
movimiento ya que todo en ella parecía apuntar en tal
dirección, pero no pudo al morir prematuramente; quizá
hubiera llegado a ser una gran escritora, le gustaba la literatura
y poseía sensibilidad y cultura, quizá al estallar
la Gran Guerra Europea hubiese trabajando como enfermera ayudante
de su marido, bien en el frente bien en la retaguardia, quizá...
¿Quién puede saber lo que habría llegado
a hacer María de haber tenido toda una vida a su disposición?
Posiblemente hoy se la mencionaría como una de las
primeras mujeres traductoras ejemplo de tenacidad y decisión,
y tal vez por eso mismo su vida personal pudo haber conocido
cambios importantes, ¿una separación civilizada
o sea, cada uno por su lado pero discretamente, un divorcio,
una existencia distinta, rompedora..., escandalosa a lo George
Sand?... No lo podremos saber nunca, y así María
Genoveva Laude de Dutremblay, no pasará de ser otra
cosa que una promesa truncada, como tantos que se han ido
en plena juventud dejándonos la incógnita de
un futuro que jamás vivieron.
Y para más inri, su
lugar en el mundillo literario es sumamente minúsculo,
una novela de Flaubert traducida al castellano que, además,
se da la circunstancia curiosa que escribiese con muchas prisas
como si intuyera que sus días se acababan; en realidad
fue su primera y única obra, y como toda obra en papel
impreso, le ha sobrevivido aunque de una manera tan anónima
como lo fue su propia existencia, sin embargo ahí está,
en mi librería e imagino que en algunas otras a cuyos
dueños les dé, igual que a mí, por conservar
libros antiguos y raros con alguna particularidad especial.
Lo único que no deja
de llamarme la atención en toda esta historia, es que
María eligiese una novela tan salvaje como Salammbó,
escrito así el nombre en su traducción tal cual
lo pusiera originalmente su autor, una obra de sexo y violencia
en la que la brutalidad y la barbarie se retratan casi con
voluptuosidad, y no acabo de entender el por qué de
semejante elección que me hace pensar muchas más
cosas de lo que sería aconsejable simplemente por respeto
a la desaparecida, a quien su marido describía con
estas palabras en su dedicatoria del libro a la Reina Regente
de España María Cristina: El recuerdo de
la más buena de las esposas...
Y a su vez J. Roy, profesor
de la Escuela de Cartas y Estudios Superiores, en su introducción
a la novela:
Honor grande prometía
ser para las letras la joven y ya distinguida autora de la
presente traducción. Pero enfermedad tan implacable
como imprevista arrebató cuantas risueñas esperanzas
hiciera concebir a los que hablando de ellas, encuentran perpetuo
consuelo y de continuo tejen con su cariño corona de
eternos recuerdos.
Añadiendo más
adelante:
A la traducción
de esta novela consagró el año que debía
ser el último de su vida. Como si tuviera presentimiento
de su brevedad, puso en esta tarea su vigor, su corazón,
su espíritu todo, sacrificando distracciones y placeres
(...) Invisible para los indiferentes y entregada por entero
a sus deberes y a sus sueños de gloria, cifrados en
este trabajo, con el cual quería extender la fama de
su nombre.
Muy triste, ¿no?
Sin embargo recordemos una
cosa: en su corta existencia María reivindicó
con su esfuerzo y dedicación, a través de la
novela traducida, los derechos de la mujer -derechos que un
siglo antes ya tuvieron en Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft
a sus primeras representantes-, de esa mujer que después
ha podido estudiar en las universidades labrándose
un porvenir independiente, o que al menos en muchos casos
lo intenta, por ello, y como homenaje a su empeño en
una época entonces crucial para nosotras, quiero cerrar
el presente artículo con varios fragmentos de su Salammbó,
respetando una acentuación y alguna que otra palabra
ya caídas en desuso:
CAP. I
EL FESTÍN
En Megara, barrio de Cartago, y en los jardines de Hamilcar
desarróllase la escena.
Los soldados, que habían servido bajo sus órdenes
en Sicilia, celebran en gran festín el aniversario
de la batalla de Erice, dándoles la ausencia de su
dueño absoluta libertad para entregarse á la
comida y á la bebida, como lo hacían en gran
número.
CAP.VI
HANNON
Apenas si los soldados, en el desorden de lo imprevisto, tenían
armas. El terror los paralizó y quedaron indecisos.
Ya desde lo alto de las torres les lanzaban dardos, flechas,
faláricas, pedazos de plomo; cuando algunos, para subir,
se agarraban a las franjas de los caparazones, les cortaban
las manos y caían de espaldas sobre los levantados
aceros. Las picas demasiado débiles se rompían;
los elefantes pasaban entre las falanges como jabalíes
entre matorrales: arrancaron las estacas del campamento con
sus trompas, lo atravesaron de un extremo á otro, derribando
las tiendas con los pechos, y los enemigos huyeron, escondiéndose
en las colinas, que cercaban el valle por donde los Cartagineses
habían venido.
CAP. XI
EN LA TIENDA
Salammbó quieta, con la cabeza baja y las manos cruzadas,
lo contemplaba. En la cabecera del lecho, sobre una mesa de
ciprés, había un puñal, y ante la luciente
hoja sintió un deseo sanguinario. Los lamentos, que
se oían a lo lejos en la sombra, la invitaban como
un coro de Genios; se aproximo, asió el hierro por
el mango; pero, al roce del vestido, Matho entreabrió
los ojos, acercó los labios a la mano de Salammbó
y el puñal cayó.