Pocas veces suele darse en un año la coincidencia de varios bicentenarios
que engloben de una forma tan marcada a tres escritores
cuya obra, sin parecerse, tenga ciertos puntos de encuentro,
e incluso sus vidas guarden algún paralelismo en determinado
aspecto como es el sentimental.
Sobre
Edgar Allan Poe todo está dicho literariamente, y puede
identificársele fácilmente, sobre Mariano José de Larra,
alias Fígaro, lo mismo, y hallamos sus puntos
de contacto en una manera de escribir críticamente humorística
en ocasiones -Poe con unos cuantos relatos pretendidamente
irónicos y Larra con su famoso, entre otros, Vuelva
usted mañana-, y en ambos hallamos un idéntico pulso
tenebrosamente fúnebre; El día de los difuntos
de Larra entronca por su aire de tránsito y desesperación,
por su recreo en el camino cortado a toda esperanza, en
las más inspiradas y lúgubres obras de Poe; ese canto
a la muerte los une. Léase si no:
Día de Difuntos de 1836- Fígaro en el
Cementerio.
Vamos claros, dije yo para mí, ¿dónde
está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso
se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio
está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio. Pero vasto
cementerio donde cada casa es el nicho de una familia,
cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón
la urna cineraria de una esperanza o de un deseo.
Entonces, y en tanto que los que creen
vivir acudían a la mansión que presumen de los muertos,
yo comencé a pasear con toda la devoción y recogimiento
de que soy capaz por las calles del grande osario.
¡Silencio, silencio! (Día de Difuntos
de 1836.)
Una nube sombría lo envolvió todo. Era
la noche. El frío de la noche helaba mis venas. Quise
salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme
en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones,
de deseos. ¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón
no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién
ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!
En cuanto a Nikolái Gógol tampoco era muy alegre que digamos aunque
también se dejara llevar por la crítica y el humor negro.
Como muestras destaquemos El abrigo y Las almas
muertas.
En El abrigo, nos encontramos con un desgraciado funcionario
que se ve obligado a comprarse un abrigo porque el suyo
ya se cae a jirones y no continúo para que el lector llegue
por sí mismo al sorprendente desenlace, que no es macabro
pero que sí recuerda bastante al estilo de Larra en sus
artículos periodísticos.
En cuanto a Las almas muertas, es una sátira en la que denuncia
la dura existencia de los siervos en su país, y cuyo argumento
no deja de ser original y espeluznante: un tal Chichikov,
se dedica a comprar las almas de los siervos fallecidos
para traficar con ellas en un inconfesable negocio.
Las almas muertas tenía que haber estado dividida en
tres partes, de la cual, la más lograda ha sido siempre
la primera, ya que con esa obra se inició lo que podríamos
llamar el declive de Gógol como novelista, al ser éste
invadido por una fiebre mística que malbarató su creatividad
enturbiándola, y ya nada fue igual en lo sucesivo en su
obra, lo cual, sin embargo, no le resta méritos como escritor.
Por
lo que respecta a amores los tres los vivieron desgraciados
–Poe-, románticos con final desgraciado –Larra-, o prácticamente
inexistentes –Gógol.
Nacido
Edgar Allan Poe el 19 de enero, Mariano José de Larra
el 24 de marzo y Nikolái Gógol el 1 de abril, todos en
1809,
Larra
se suicidó por el desamor de Dolores Armijo, y Poe con
el alcohol, desesperado al ver que las mujeres por él
amadas, su madre, la madre de un amigo, Helen. y su esposa
Virginia, le iban siendo arrebatadas por la muerte. En
cuanto a Gógol, hombre de carácter difícil e inquieto,
propenso a suscitar la polémica allá donde estuviera,
no podemos decir que su vida privada fuese un éxito, ni
tan siquiera económico; a Gógol no se le conocen grandes
o pequeños amores, sólo algunas amistades femeninas, corresponsales
muchas veces, como, por ejemplo, la de Nadezna N. Sheremetev,
pero nada más. Es de suponer, entonces, que la novelística
fuera su única y gran pasión.
Y
para concluir citaré una curiosa anécdota referente a
Dolores Armijo, amante de Larra y causa de que éste se
suicidara en un muy romántico, como absurdo, arrebato:
Cuando
después de abandonar a Mariano José de Larra, embarcó
Dolores para Filipinas a reunirse con su marido, nunca
llegó a destino porque un temporal hizo naufragar el barco.