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MATADERO DE ILUSIONES
García Márquez

Quisiera hacer un comentario puntual dedicado a cualquier escritor que comienza, que ahí hemos estado todos al principio, se trata de los concursos literarios, no precisamente coto abierto para el primero que llegue sino coto cerrado y muy cerrado, más bien coto elitista dedicado únicamente a firmas conocidas. Me estoy refiriendo, como es lógico, a los grandes certámenes, los que otorgan millones y una muy bien orquestada promoción, pues los pequeños concursos aún premian a algún que otro novel casi siempre de manera honorífica o escasamente remunerada, centrándose la importancia del galardón en que el autor vea publicada su obra, invariablemente un relato corto, lo que, por otra parte, tampoco le conducirá a puerto, sólo a ser, en este supuesto, un nombre más en un empedrado de buenas intenciones.

No tengo nada en contra de los concursos literarios si funcionasen como tales: una convocatoria, muchos participantes, su posterior criba, la selección de los mejores y el reconocimiento final con el premio concedido de forma ecuánime, cosa que no suele suceder como todos sabemos perfectamente si hemos de atenernos a los resultados de esos certámenes. Y no hablo por hablar desde luego; basta con mirar los resultados de cualquier gran premio literario para convencerse de ello. Jamás el "escritor desconocido" es galardonado; los premios siempre se conceden a los consagrados, precisamente es ahí donde encuentro el fallo -y no del jurado; me estoy refiriendo a otro tipo de fallo-, el de que se admitan en concurso tanto a famosos como a desconocidos, a profesionales con muchos años de rodaje, verdaderos maestros en el arte de narrar, y a principiantes llenos de mucho entusiasmo y ninguna experiencia. Eso no es justo, más aun, me inclinaría a decir que no es ético; el bisoño no puede, por lógica, enfrentarse al consagrado, por tal razón los concursos literarios no me gustan, y todo principiante tendría que tener el suficiente sentido común como para no presentarse, conozco infinidad que lo hacen y así les va, porque luego viene el llorar y el crujir de dientes, el sentirse defraudado, el creer que uno no sirve para la profesión, en suma, el deprimirse de tal manera que ese fracaso inicial, que no lo es en realidad, le pueda traumatizar de por vida.

¿No sería mucho más honesto dividir los concursos en dos clases: para consagrados y para noveles?

Si fuera entre noveles las armas estarían equilibradas, no se lucharía contra gigantes sino entre iguales, y el premio, al ser otorgado no añadiría otro laurel al vencedor; se le daría por primera vez a un auténtico desconocido consagrándose un nuevo autor.

Claro que al llegar aquí podemos tropezarnos con el segundo gran escollo en la carrera de los premios literarios: el amiguismo, lo que vulgarmente se llaman enchufes, o, en un lenguaje más elegante: padrinos, que de eso abunda mucho en la viña de las letras, lo que nos lleva a una conclusión bastante lamentable, ¿cómo ganar un concurso sin padrino, en la conjetura, naturalmente, de que seas el clásico Juan Nadie?

Pregunta de difícil respuesta. Sin embargo, no hemos de ver las cosas desde un único punto de vista incurriendo así en errores comunes; lo primero que se le habría de exigir a un novel es que escribiera bien, y no me estoy refiriendo a las faltas de ortografía ya que incluso García Márquez reconoce cometerlas y no se pone piedras al hígado por ello.

Escribir bien significa contar historias que enganchen desde el comienzo, que no decaigan en su transcurso y cuyo desenlace esté acorde con lo anteriormente desarrollado. Y, sobre todas las cosas, no emplear un lenguaje pomposo y desfasado, a menos que la novela o relato, transcurra en épocas pasadas; el principiante que, saturado de autores del Siglo de Oro español, pretenda escribir una obra actual usando ese tipo de lenguaje se halla por completo fuera de órbita y no le vale la excusa de que se deja guiar por los maestros, porque esos maestros, puede que no en el fondo, pero sí en la forma, están obsoletos.

Los argumentos suelen ser eternos, sin embargo requieren el lenguaje del momento que relatan, o si no imaginad la descripción de una escena en el metro en hora punta, tratando el revisor de "vuesa merced" a los usuarios.

Y no vale replicar que García Márquez –otra vez él-, se nutrió de los clásicos españoles antes de empezar a escribir novelas, porque toda su obra es única ya que ha construido con piedras antiguas palacios encantados, y alcanzar esa meta requiere una gran capacidad de análisis y reflexión, de reciclaje diría yo mejor, amén de muchas, muchas horas de emborronar cuartillas, algo que puede ser privativo de cualquier novelista paciente que se tome en serio su profesión, porque lo es aunque las más de las veces no se gane un céntimo con ella.

Por todo lo cual lo que pretendo expresar es que el escritor novel también tiene sus responsabilidades frente a la página en blanco; se puede ser un genio, pero hay que demostrarlo y no es un camino fácil que digamos.

Volviendo al comienzo, insisto en romper una lanza a favor de los concursos literarios divididos en dos bloques: uno para maestros y otro para neófitos, por separado magnífico, así la mayoría de los certámenes de esa categoría dejarían de ser un matadero de ilusiones y servirían, verdaderamente, para descubrir talentos inéditos, porque en algún momento hay que dejar paso a las nuevas generaciones, recordemos si no el lejanísimo, y ya mítico, caso de Carmen Laforet, modélico por varios conceptos: era una mujer, muy joven y una perfecta desconocida.


© 2007 Estrella Cardona Gamio
9.9.2007

 

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