Quisiera
hacer un comentario puntual dedicado a cualquier escritor
que comienza, que ahí hemos estado todos al principio,
se trata de los concursos literarios, no precisamente coto
abierto para el primero que llegue sino coto cerrado y muy
cerrado, más bien coto elitista dedicado únicamente
a firmas conocidas. Me estoy refiriendo, como es lógico,
a los grandes certámenes, los que otorgan millones
y una muy bien orquestada promoción, pues los pequeños
concursos aún premian a algún que otro novel
casi siempre de manera honorífica o escasamente remunerada,
centrándose la importancia del galardón en que
el autor vea publicada su obra, invariablemente un relato
corto, lo que, por otra parte, tampoco le conducirá
a puerto, sólo a ser, en este supuesto, un nombre más
en un empedrado de buenas intenciones.
No tengo nada en contra de
los concursos literarios si funcionasen como tales: una convocatoria,
muchos participantes, su posterior criba, la selección
de los mejores y el reconocimiento final con el premio concedido
de forma ecuánime, cosa que no suele suceder como todos
sabemos perfectamente si hemos de atenernos a los resultados
de esos certámenes. Y no hablo por hablar desde luego;
basta con mirar los resultados de cualquier gran premio literario
para convencerse de ello. Jamás el "escritor desconocido"
es galardonado; los premios siempre se conceden a los consagrados,
precisamente es ahí donde encuentro el fallo -y no
del jurado; me estoy refiriendo a otro tipo de fallo-, el
de que se admitan en concurso tanto a famosos como a desconocidos,
a profesionales con muchos años de rodaje, verdaderos
maestros en el arte de narrar, y a principiantes llenos de
mucho entusiasmo y ninguna experiencia. Eso no es justo, más
aun, me inclinaría a decir que no es ético;
el bisoño no puede, por lógica, enfrentarse
al consagrado, por tal razón los concursos literarios
no me gustan, y todo principiante tendría que tener
el suficiente sentido común como para no presentarse,
conozco infinidad que lo hacen y así les va, porque
luego viene el llorar y el crujir de dientes, el sentirse
defraudado, el creer que uno no sirve para la profesión,
en suma, el deprimirse de tal manera que ese fracaso inicial,
que no lo es en realidad, le pueda traumatizar de por vida.
¿No sería mucho
más honesto dividir los concursos en dos clases: para
consagrados y para noveles?
Si fuera entre noveles las
armas estarían equilibradas, no se lucharía
contra gigantes sino entre iguales, y el premio, al ser otorgado
no añadiría otro laurel al vencedor; se le daría
por primera vez a un auténtico desconocido consagrándose
un nuevo autor.
Claro que al llegar aquí
podemos tropezarnos con el segundo gran escollo en la carrera
de los premios literarios: el amiguismo, lo que vulgarmente
se llaman enchufes, o, en un lenguaje más elegante:
padrinos, que de eso abunda mucho en la viña de las
letras, lo que nos lleva a una conclusión bastante
lamentable, ¿cómo ganar un concurso sin padrino,
en la conjetura, naturalmente, de que seas el clásico
Juan Nadie?
Pregunta de difícil
respuesta. Sin embargo, no hemos de ver las cosas desde un
único punto de vista incurriendo así en errores
comunes; lo primero que se le habría de exigir a un
novel es que escribiera bien, y no me estoy refiriendo a las
faltas de ortografía ya que incluso García Márquez
reconoce cometerlas y no se pone piedras al hígado
por ello.
Escribir bien significa contar
historias que enganchen desde el comienzo, que no decaigan
en su transcurso y cuyo desenlace esté acorde con lo
anteriormente desarrollado. Y, sobre todas las cosas, no emplear
un lenguaje pomposo y desfasado, a menos que la novela o relato,
transcurra en épocas pasadas; el principiante que,
saturado de autores del Siglo de Oro español, pretenda
escribir una obra actual usando ese tipo de lenguaje se halla
por completo fuera de órbita y no le vale la excusa
de que se deja guiar por los maestros, porque esos maestros,
puede que no en el fondo, pero sí en la forma, están
obsoletos.
Los argumentos suelen ser eternos,
sin embargo requieren el lenguaje del momento que relatan,
o si no imaginad la descripción de una escena en el
metro en hora punta, tratando el revisor de "vuesa merced"
a los usuarios.
Y no vale replicar que García
Márquez –otra vez él-, se nutrió
de los clásicos españoles antes de empezar a
escribir novelas, porque toda su obra es única ya que
ha construido con piedras antiguas palacios encantados, y
alcanzar esa meta requiere una gran capacidad de análisis
y reflexión, de reciclaje diría yo mejor, amén
de muchas, muchas horas de emborronar cuartillas, algo que
puede ser privativo de cualquier novelista paciente que se
tome en serio su profesión, porque lo es aunque las
más de las veces no se gane un céntimo con ella.
Por todo lo cual lo que pretendo
expresar es que el escritor novel también tiene sus
responsabilidades frente a la página en blanco; se
puede ser un genio, pero hay que demostrarlo y no es un camino
fácil que digamos.
Volviendo al comienzo, insisto
en romper una lanza a favor de los concursos literarios divididos
en dos bloques: uno para maestros y otro para neófitos,
por separado magnífico, así la mayoría
de los certámenes de esa categoría dejarían
de ser un matadero de ilusiones y servirían, verdaderamente,
para descubrir talentos inéditos, porque en algún
momento hay que dejar paso a las nuevas generaciones, recordemos
si no el lejanísimo, y ya mítico, caso de Carmen
Laforet, modélico por varios conceptos: era una mujer,
muy joven y una perfecta desconocida.