EL
ESCRITOR ES UN CAZADOR SOLITARIO |
Carson
McCullers escribió una novela, El corazón es
un cazador solitario, y yo me he tomado la libertad de "coger"
su título para adaptarlo al presente artículo.
Claro que también podía
haberlo llamado De la soledad del escritor, porque, efectivamente,
los escritores somos unas de las personas más solitarias
del mundo aunque los despliegues promocionales que organiza
cualquier editorial para dar a conocer a sus autores, parezcan
indicar lo contrario. Eso ahora, claro; antiguamente no creo
que se estilasen mucho ese tipo de tournées, de las
que con mucho acierto comentó en su momento la novelista
Georgette Heyer: Hoy en día existe la patética
creencia de que la promoción personal influye directamente
sobre las ventas. No la comparto.
En primer lugar el escritor,
novelista por ejemplo -también puede ser poeta, ensayista
o biógrafo-, necesita aislamiento y soledad para escribir;
es imposible hacerlo en un lugar ruidoso o rodeado de gentes,
familia, amigos, que hablen a nuestro alrededor alborotando
una concentración necesaria, por ese motivo somos cazadores
solitarios a la búsqueda de las palabras adecuadas
para expresarnos mejor -Flaubert pasándose horas a
la caza y captura del término exacto-,y no es sólo
eso.
El mundo del novelista es otro
universo, una burbuja que únicamente le pertenece a
él, algo así como una estación espacial
de su exclusiva propiedad, siendo la línea divisoria
ese tipo de desdoblamiento esquizofrénico que va de
la realidad a lo imaginario, el más allá fantástico
de la creación literaria, nuestra verdadera morada.
Hoy en día se habla
mucho de ese "juego" de Internet denominado Second
Life, o Segunda Vida, la escapada perfecta para quien, no
siendo escritor, pretenda huir de la realidad en todos sus
aspectos, haciendo así suyas las palabras de Shakespeare:
somos de la materia de la que están hechos los sueños.
Soñar es una gran cosa
y el escritor transforma los sueños en argumentos encerrado
en su burbuja mental, por ello el escritor –que "si
no escribe se muere", como dice Mario Muchnik-, las más
de las veces, es un ser solitario que disfruta siéndolo
y que no pide otra cosa a la vida sino que le dejen tranquilo
desarrollando su labor; el que lo consiga es otra cosa.
(Solitarias célebres
las hermanas Brontë aisladas en sus páramos, solitarios
pese a su aparente vida mundana Marcel Proust y Rainer María
Rilke, solitario Nathaniel Hawthorne, la misma Carson McCullers,
Katherine Mansfield y un largo e ilustre etc., en el que no
debemos olvidar a nuestra Corín Tellado, sola frente
a una máquina que tenía sobre sus rodillas,
escribiendo sin pausa para sobrevivir).
Los mundos del novelista son
sus diversas obras, y de esta manera hoy puede ser héroe
y mañana villano, su última novela desarrollarse
en la actualidad y la siguiente hace tres siglos, siendo por
ello verdaderos viajeros en el tiempo, ¿puede imaginarse
algo más maravilloso?
Pero, vuelvo a repetir, es
un viaje en soledad porque, como dijo Pietros Markaris: únicamente
puede ser escritor quien aprende a estar solo, y la frase
encierra un profundo, no doble, sino triple sentido, ya que
existen tres soledades en la vida de cualquier persona a la
que le dé por escribir, la primera es su aislamiento
creativo, más o menos declarado, la segunda el saberse
inadvertido, el que no le hagan caso, el que como autor no
le tengan en consideración editores, prensa y finalmente
un público que no le conoce porque nadie se ha preocupado
en difundir su trabajo; esta segunda soledad es verdaderamente
grave ya que ha empujado a muchos escritores incluso al suicidio
como fue el caso de John Kennedy Toole, póstumamente
célebre autor de La conjura de los necios, título
que resultó profético, o bien, en el de Emily
Dickinson, la amargura de morir con escasos poemas publicados,
ignorante de que en el futuro su nombre como poetisa sería
universalmente conocido, o Herman Melville cuyo Moby Dick
fue la tumba de sus esperanzas al no venderse más que
17 libros, con el INRI añadido de muy malas críticas.
Podría continuar mencionando
nombres muy conocidos, Poe entre ellos, eterna referencia
obligada cuando se habla de autores que lo dieron todo en
el campo de las letras para no recibir nada en vida.
La soledad del escritor poco
valorado por quien nunca se dignaba leerlo: Ernest Hemingway
viendo como el cartero le devolvía, con una fría
nota, los manuscritos que él había enviado a
las editoriales, "nota adjunta a la historia que yo había
amado y en la que había trabajado tan duramente".
Y la triple soledad del escritor,
tan triste y tan poco tenida en cuenta por un público
cegado por el relumbrón de los best sellers, de un
éxito aparentemente fácil, de esa fama y de
esa gloria las más de las veces efímeras pero
muy rentables.
Leemos lo que en los periódicos
se anuncia, lo que se comenta en las revistas especializadas,
lo que se difunde en televisión o por radio; guiados,
conducidos siempre, admitiremos lo que nos ofrezcan los expertos
en marketing, sin detenernos ni un solo instante a pensar
que ir de visita a una librería, pequeña o grande
da igual, puede descubrirnos horizontes insospechados; basta
con hojear cualquier libro que nos atraiga, libro ignorado
que pasa casi desapercibido y de repente descubrimos un verdadero
tesoro que la crítica desconoce y que la prensa ignora
porque lo ha publicado una editorial pequeña y sin
grandes medios promocionales, pero ahí está,
y ya es algo, el comienzo de una esperanza que pueda quebrar
la tercera soledad del escritor.