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DOS HISTORIAS MUY TRISTES
Henning Mankell

La humanidad se divide en dos grandes bloques, uno que lo tiene todo y otro que de todo carece, para más inri el que carece de todo es siempre el que mayor extensión ocupa y los países que lo contienen, salvo raras excepciones, suelen ser los más ricos de la Tierra en recursos naturales o estratégicos, de ahí, paradójicamente, su pobreza y por ende la misérrima vida de sus ciudadanos, mal llamados nativos o indígenas por la de connotaciones peyorativas que las palabras encierran desde que el poderoso hombre civilizado decidió honrarles con su protección llevándoles el progreso.

Recordemos que en tiempos bíblicos Adán y Eva fueron castigados por probar el fruto del árbol prohibido, no podían ser superiores a su Creador, que los constructores de la Torre de Babel lo fueron a su vez por un pecado de prepotencia, y yo me pregunto, ¿cuál es el castigo que se merece nuestra sociedad hedonista, dominada por el egoísmo y la mala educación a cuyo lado el affaire de la manzana y el de la torre son verdaderamente juegos de niños? Muy lejanos permanecen aquellos tiempos quizá porque entonces el planeta era demasiado joven y no había elementos de comparación.

Todo esto viene a propósito de dos historias muy tristes que dan nombre al presente artículo, la primera se podría titular: "Moriré, pero mi memoria sobrevivirá", como así se llama el último libro del escritor sueco Henning Mankell, que saldrá al mercado el próximo mes de abril y cuyo origen fue un hecho que conmovió al escritor, hombre comprometido con su época, y no de boquilla sino de palabra y obras.

Todos sabemos que Henning Mankell es el padre de Kurt Wallander, un comisario de policía sueco tan lleno de defectos como cualquiera de nosotros, pero dotado de una gran humanidad que le ha hecho trascender de su papel de ente de ficción hasta concederle una categoría “viva” que pocos personajes imaginarios llegan a alcanzar, y los que la alcanzan, dejan su huella. Wallander le ha dado fama internacional a Mankell y esta fama le ha otorgado el poder de llegar a todos nosotros con sus aldabonazos sobre nuestras conciencias; sus otros libros, los no policíacos si excluimos El cerebro de Kennedy, sus obras de teatro, nos hacen ver lo que verdaderamente existe en esa parte del mundo que ocupan los nativos, los indígenas, y sus problemas: explotación, miseria y sida.

Moriré, pero mi memoria sobrevivirá, nació después de un encuentro muy especial que impactó al novelista de una manera indeleble. Una niñita de tres años se le acercó un día muy interesada en enseñarle un papel doblado que llevaba en la mano, el escritor lo cogió y al abrirlo vio en su interior una pequeña mariposa, entonces la niña le dijo: a mi mamá le gustaban las mariposas.

Su madre, africana, había muerto de sida cuando la niña era aún más pequeña y ella apenas la recordaba, entre sus pocos recuerdos aquel "a mi madre le gustaban las mariposas", sólo eso.

Una niña de tres años hablando como una mucho más mayor, con una madurez de la que nuestros hijos de esa misma edad carecen, ¿no da que pensar?

Recuerdo haber visto hace años, en un documental, a una criaturita que acarreaba cuidadosamente una especie de jarra con agua para llevarla a su casa, y me impresionó que renunciando a pataletas, fuese llevando el agua reconcentrada en su tarea, muy seria y consciente de lo importante de su labor. Naturalmente esto sucedía en un país de los mal llamados subdesarrollados, en los nuestros, los niños/as de esa edad se tiran por los suelos si no se les compra el último juguete que sale por la tele o la golosina que ven en la tienda de chuches.

La otra historia triste tiene que ver con la infancia que trabaja en los vertederos recogiendo entre la porquería lo poco que de útil se puede encontrar allí, para venderlo.

Ahora que tantos nuevos pecados se están catalogando, ¿no sería conveniente añadir a la lista, el de los niños/niñas que trabajan en condiciones dignas de la mayor de las censuras, por no hablar ya de los niños/niñas que sufren otra clase de abusos que también deberían catalogarse como pecado?

Pobres niños adultos a la fuerza, privados de su infancia, sin futuro, porque la mayoría de ellos suele morir a temprana edad, niños sucios, con eccemas, plagados de enfermedades, niños tristes y que, sin embargo llegan a sonreír inocentemente ante el más mínimo motivo de felicidad: por ejemplo, saltar sobre un sillón desvencijado o abrazar a un perro tan sucio y paria como ellos, que, a su vez, se siente el rey del mundo simplemente porque hay alguien que le quiere y se lo demuestra, nada de cachorro regalado en Navidad para ser abandonado en vacaciones.


© 2008 Estrella Cardona Gamio

 

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