Estrella Cardona Gamio página personal
e-mail

Home|Me presento|Páginas seleccionadas|Actualidad|Muy personal|Pensamientos célebres|Novela|Contenidos|Aviso legal

 
 

Puedes leer mis novelas, cuentos, artículos, etc., en...

CCGEdiciones
ADOLF-art
Badosa.com
Letralia
Atalaya -Ciudad Letralia-

VAMPIROS

Mis libros en papel...

Mis libros en papel...


Nuevamente en el carruaje que en esta ocasión le conduciría al castillo de la condesa, Wilhelm von Reisenbach, hacía inventario de su vida, derrumbado en el asiento; sentíase viejo y cansado a sus treinta años, y, sobre todo, moralmente aniquilado; se comparaba con un fantasma, uno de esos vagos espectros que abundan tanto en las obras del teatro clásico, la sombra del padre de Hamlet sin su grandeza pues, su propio hijo, nunca le recordaría con devoción, ni su hermosa madre era Gertrud precisamente. Este nombre le evocó a la duquesa de Alt-burg y le hizo sentirse peor.

Apenas unas horas antes, cuando saliera del palacio de Wittum, tentado estuvo de volver a desaparecer, esta vez para siempre, sin veleidades de ser protegido por los poderosos en una repetición estúpida de sus eternos errores, pero luego recapacitó sobre la conducta que le había llevado a tener que oír hablar de su hijo como si fuera un extraño y a contemplar, con ojos de visitante de museo, el rostro encantador y muy amado de Liesel; fueron suyos y los había perdido para siempre, ahora ella era madame Dorigny, y el pequeño Wilhelm... ¿Qué nombre ostentaría, Guillaume, en traducción del suyo, o... o se lo habrían cambiado?... Con mano temblorosa buscó y acarició por encima del paño de un bolsillo de su chaleco, la miniatura del niño, que siempre llevaba encima unida a una cadena de plata... ¿Mas, porqué lamentarse neciamente?, ellos no habían hecho otra cosa que seguir sus indicaciones, Liesel romperse el corazón contrayendo matrimonio con el escultor para que la criatura tuviese un padre y pudiese seguir disfrutando de una situación al abrigo de incertidumbres, y en cuanto a Dorigny, él había sido el único beneficiado con semejante arreglo, pero no lo censuraba ya que era un alma noble y desinteresada, amaba a Liesel, e, indudablemente, también querría a aquel hijo que merecía mucho más tenerle a él como padre que no al suyo propio... Estaban en Rusia, la familia Dorigny estaba en Rusia y en ese país permanecerían bastante tiempo a buen seguro, y si en esos momentos el pequeño contaba tres años de edad, cuando volviese del Imperio Ruso ya sería un muchachito, y era de suponer que tuviera hermanastros... La mención de aquellos hipotéticos hermanastros, hijos de su Liesel y del escultor, le trajo a la memoria el recuerdo del cuco, ese pájaro oportunista que va dejando su descendencia en nidos ajenos para que sea alimentada por otros padres, y arroje del nido, finalmente, a los legítimos herederos. ¡No quisiera el Cielo que el pequeño fuese digno émulo de la progenie del cuco!... Aunque, ¿cuántos hijos desconocidos no tendría él, Wilhelm, repartidos por tierras germanas?

Se enjugó con la mano unas lágrimas, Liesel era la única mujer a quien verdaderamente había amado, no sólo un cuerpo del que hiciera uso innumerables veces, la había amado sinceramente y cuando renunció a ella por su bien y el del hijo de ambos, la mejor parte de él murió irremisiblemente, luego von Reisenbach se convirtió en Herr Schmidt siendo albañil por agradecimiento, y preceptor por necesidad... ¿Las mujeres?... Hubo aventuras, no podía negarlo y la última con la madre de sus pupilos que se quería casar con él a toda costa y tal vez hubiera sido de sabios avenirse porque le habría resuelto la existencia, pero afortunadamente le localizaron a tiempo los agentes de la duquesa y pudo partir sin haber perdido la dignidad ya que no amaba a aquella mujer y tomarla por esposa equivalía a prostituirse pues era mucho mayor que él, carente de atractivo, sólo una mujer rica, un sexo siempre a su disposición, y nada más.

Su vida, desde que saliera de Wolkenbruch, había sido igual que una partida de naipes: había jugado y había perdido; no le asistía ningún derecho a quejarse.

El divisar a lo lejos el palacio de Mittenberg no le impresionó, demasiados palacios y castillos había habido en su vida y no siempre para bien, y cuando el carruaje entró en el parque, sus ojos contemplaron indiferentes aquellos hermosos jardines en los que, a lo lejos, estaba a punto de comenzar el verano y la ventanilla permanecía abierta, le pareció entrever revuelo de faldas y escuchar griterío infantil; debían de ser los hijos de la condesa.

En el palacio le esperaban e inmediatamente fue introducido en el salón de recibo en el cual, sentada junto a un ventanal, la condesa aguardaba. Tras ser anunciado, Wilhelm penetró decidido pudiendo observar que, por otra puerta de la estancia, varias damas salían discretamente.

La condesa era una mujer más o menos de su edad, lo que significaba que ya empezaba a no ser joven, de expresión impenetrable y rostro agraciado pero muy triste, era rubia y sus ojos azules tenían la mirada característica de los invidentes. Ella se guió por el sonido de sus pasos sonriéndole con amabilidad.

-Bienvenido, señor; habéis sido muy gentil al atender mi solicitud.

-Soy vuestro deudor, señora condesa ya que vos me habéis honrado con vuestra elección.

Ella le dio a besar su mano y le invitó a sentarse. Cerca de la dama, sobre un atril se podía ver un grueso libro cerrado del que sobresalía un punto de lectura. Wilhelm la contempló con intensa piedad y empezaron a hablar sobre el asunto de la obra teatral basada en la vida del antepasado de la condesa. Quedaron en que el poeta se documentaría en la biblioteca del palacio y que, por tanto, podría disponer de unas habitaciones si precisaba hacer noche algún día. Al final se despidieron fijando para dentro de una semana la nueva visita de von Reisenbach ya dispuesto a empezar el trabajo.

La condesa entonces, agitó una campanilla que tenía a mano diciéndole al caballero:

-Os acompañarán hasta la salida.

Él nuevamente besó su mano y en ese preciso instante se abrió la puerta por la que antes salieran las damas que la acompañaban, y una de ellas, que permanecía en la penumbra, les hizo una reverencia y quedó esperando.

-Acompañad a Wilhelm von Reisenbach hasta el carruaje.

La muchacha hizo otra inclinación, y dando media vuelta, guió al visitante por un dédalo de corredores oscuros hasta llegar a una puerta-ventana abierta sobre los paseos del jardín. Ella salió al exterior, y Wilhelm, momentáneamente deslumbrado por el sol, la siguió un poco vacilante temeroso de tropezar con algo. Entonces la joven se detuvo de improviso y se volvió, bañándola por completo la luz solar de aquel atardecer de estío.

Wilhelm creyó que deliraba, o que era víctima de alguna alucinación engañosa, y, frotándose los párpados, volvió a contemplarla con incredulidad.

-¿Tanto he cambiado, señor? –preguntó ella y el poeta creyó que su corazón cesaba de latir.

-¡Liesel! –exclamó sin poder entender nada de lo que estaba sucediendo.

-¿Tanto he cambiado? –repitió ella con una sonrisa tan conmovida como lo estaba Wilhelm.

Él la miró como si fuese la primera vez que la veía, y, en efecto algo de eso había porque aquella Liesel era otra, una mujer en sazón; la chiquilla adorable había dado paso a una joven de senos generosos y amplias caderas, incluso había crecido, pero su talle continuaba estrecho y su rostro estaba más bello que nunca con las acostumbradas lágrimas bailándole en los enormes ojos castaños. Wilhelm pensó que ahora tenía un porte seguro y majestuoso, y también, hombre al cabo, que desnudo, su cuerpo debía de haber ganado en voluptuosidad.

Sigue...

EL DESTERRADO © 2004 Estrella Cardona Gamio. |Aviso legal+Índice

Enlaces
Índice de contenidos
Páginas seleccionadas
Actualidad
Muy personal
pensamientos célebres
Novela
Novela on line
El desterrado
Mis blogs en:


© Estrella Cardona Gamio. Reservados todos los derechos. En línea desde 2004