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Después de aquello, la salud de Liesel volvió a resentirse al agudizarse los síntomas de su malestar; ya no eran mareos o vómitos ocasionales los que la postraban de vez en cuanto; los mareos se intensificaron y los vómitos también presentándose éstos cada mañana sin falta y a muy temprana hora, y aunque afortunadamente las fiebres no acompañaban todas estas manifestaciones mórbidas, la joven perdió el apetito y apenas comía ya que los alimentos le producían una repugnancia invencible.

Philippe-Lucien, asustado, hizo llamar a un médico, pues semejantes síntomas se le antojaban sospechosos de males mayores, ya que enfermedades como el cólera no eran extrañas en aquella época, y quedóse atribulado dando vueltas por el pasillo hasta que el galeno abandonó el dormitorio de la paciente.

-¿Y bien, doctor?

El aludido, hombre bajo y bastante grueso, pero de rostro bonachón como todas las persona obesas, le lanzó una pícara mirada al escultor.

-Caballero, la joven dama goza de una perfecta salud.

-¿Entonces? –preguntó desconcertado Philippe-Lucien.

-Enhorabuena, monsieur Dorigny, dentro de ocho meses, más o menos, seréis padre.

-¿Padre?

Tal fue el estupor que se reflejó en el rostro de Philippe-Lucien que el médico comprendió que acababa de cometer algún desliz.

-¿No es vuestra esposa?

-Es la esposa de un amigo.

El doctor frunció los labios en una mueca intraducible.

-Bueno... Si la dama no quisiera... En fin, aún estamos a tiempo... Ya sabéis donde podéis encontrarme.

Philippe-Lucien le miró como el que ve visiones, pero tuvo el suficiente buen juicio para no hacer una escena de probidad ultrajada, después de todo, los tiempos que corrían propiciaban el que cualquier médico tuviera una conciencia bastante elástica cuando la clase alta andaba de por medio.

-Gracias, sois muy servicial... Vos diréis cuanto os debo.

-Nada ahora, si he de atender a la dama durante la gestación- replicó el doctor mirándole de forma especulativa, a lo que Philippe-Lucien se apresuró a contestar un poco precipitadamente:

-¡La atenderéis!

-Entonces, monsieur, hasta la vista... Y mi consejo es el de que no os preocuparse; los vómitos y los mareos desaparecerán pronto, así como también la inapetencia.

Y se marchó, oscilante su redonda figura sobre un par de pies diminutos.

Philippe-Lucien llamó a la puerta del dormitorio entrando en cuanto Liesel dio su autorización.

La muchacha estaba en la cama muy pálida y llorosa.

-¿Oh, Liesel, no lloréis; me partís el alma!

Corrió a junto a ella arrodillándose a su cabecera. La jovencita le sonrió entre lágrimas.

-Si no me siento triste, monsieur, nunca he sido más feliz...

-¿Cómo?

-Estoy encinta, monsieur Dorigny, voy a tener un hijo de Wilhelm; ya poseo algo suyo, algo nuestro, de ambos, que me acompañara siempre.

El escultor frunció el ceño de forma imperceptible ya que no pudo evitar un pensamiento fugaz, ¿cómo había sido tan imprudente Wilhelm von Reisenbach, un hombre de su experiencia, dejando embarazada a aquella criatura?

Años después, recordando esos lejanos días, Philippe-Lucien Dorigny, volvía a sorprenderse, asombro que no le abandonaría nunca, de cómo y de que forma, la maternidad podía hacer milagros tan increíbles, pues la pequeña Liesel, en cuanto supo de su estado, se transformó totalmente y de angustiada y propensa al llanto, se convirtió en cuestión de horas, en una mujer feliz y serena, tan fuerte y decidida como nunca la había conocido el escultor. Seguía siendo dulce e infantil, porque su cambio no era un envejecimiento, obstinada a veces e ingenua siempre, pero el hecho de llevar en su seno al hijo del hombre amado, la había hecho madurar, y se había convertido en responsable de todo aquello, léase individuos, que estaban a su alcance, maternal sería la palabra más indicada para describir su nueva línea de conducta que ejercitaba tanto en la persona de Antoine, quien casi le cuadriplicaba la edad, como en la de Philippe-Lucien. Las tristezas habían sido barridas de su memoria, y la criatura que día a día se desarrollaba en su vientre era el motivo de todas sus satisfacciones y de todos sus desvelos. Philippe-Lucien comprobó estupefacto como incluso von Reisenbach parecía perder importancia en las prioridades afectivas de Liesel, y ella misma le reveló el misterio un día al comentarle de pasada que su hijo, siendo carne de la carne de su amor, precisaba de sus desvelos, que debía procurar por él, protegerle de todo mal y conseguir que llegara a este mundo con la mayor felicidad posible, “Wilhelm lo querría también de igual manera”, concluyó con una sonrisa luminosa y Dorigny volvió a pensar en la Doncella de Orleans.

La madre había ocupado el lugar de la amante, no cabía duda, lo cual no significaba, por otra parte, que Liesel hubiera olvidado al poeta; continuaba amándole con la misma intensidad, pero ese amor nada tenía que ver con el otro ya que eran por completo diferentes; testimonio de sus preocupaciones por Wilhelm fue que no olvidase la terrible realidad de su incomunicación, el hecho de que se hallaba prisionero y que había que sacarle de allí, el juramento de Philippe-Jean que en su momento le sonara en los oídos a música celestial, permanecía en su recuerdo muy nítido, y cuando ya supo que estaba encinta y sus malestares a ello eran debidos, no vaciló en hacer presente al escultor aquella promesa, a lo que él le repuso que andaba buscando el medio de lograr la libertad de von Reisenbach. “¿Cómo?”, quiso saber la joven y monsieur Dorigny le contestó:

-Para liberar al padre de vuestro hijo, hay que subir muy alto. El duque de Alt-burg está muerto y era un consejero del príncipe, posiblemente, sin el aguijón del malvado, su alteza olvide a von Reisenbach, que otro preso no importa, mas este olvido puede ser muy largo, como ya se ha dado en innumerables ocasiones... No, no me citéis de nuevo al rey de Suecia, pues sin haber invasiones de por medio que lo justifiquen, poco puede valer un pretexto tan baladí para comenzar otra guerra... Tengo mis contactos, vos lo sabéis, y ellos me indicaran la manera de llegar a conseguir el favor del soberano de vuestro estado... Wilhelm von Reisenbach no es un traidor, todo lo más un poeta demasiado exaltado, pero inofensivo... Habrá algún medio para que vuestro príncipe se convenza de ello, y no cejaré hasta que lo encuentre. Recobrad el sosiego, porque yo seguiré ocupándome de este asunto.

Lo que no le dijo Philippe a la joven, fue que, hasta el momento, todas sus pesquisas en busca de valedores, habían resultado infructuosas por causa de otros motivos que nada tenían que ver con las utopías del poeta y sí con la moralidad; ¿quién se arriesgaba a convertirse en paladín de un individuo acusado de sodomía?

Liesel aceptó la respuesta y compartió desde entonces su dulce espera con la otra que tenía a Wilhelm de protagonista, y pensando, aquellos meses tuvo muchas horas para pensar, llegó al convencimiento de que había sido una suerte que no emprendiese viaje hacia Wolkenbruch, ya que el otoño se presagiaba desapacible y los caminos no eran de los mejores para transitar por ellos en coche de postas; no hubiera sido bueno para el hijo que iba a tener, ya que, sobre todas las cosas, Liesel deseaba llevar a buen término su embarazo pudiéndole dar un hermoso vástago a Wilhelm; aquellos tiempos eran muy proclives a la mortandad infantil, a los partos prematuros, a los recién nacidos malogrados y a los abortos naturales.

Sigue...

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