Estrella Cardona Gamio página personal
e-mail

Home|Me presento|Páginas seleccionadas|Actualidad|Muy personal|Pensamientos célebres|Novela|Contenidos|Aviso legal

 
 

Puedes leer mis novelas, cuentos, artículos, etc., en...

CCGEdiciones
ADOLF-art
Badosa.com
Letralia
Atalaya -Ciudad Letralia-

VAMPIROS

Mis libros en papel...

Mis libros en papel...


Pese a hallarse en la fortaleza de Wolkenbruch, aquellos primeros días no fueron del todo malos para el poeta, porque contaba con la simpatía más o menos declarada del comandante, tenía una cierta libertad de movimientos, y, lo que es mejor, esperanzas de que el problema se resolviera felizmente, ya que su fe en el duque de Alt-burg era inconmovible, eso, y la poderosa sombra del rey de Suecia que le había distinguido con su favor.

Pero, inesperadamente, sucedió algo que no estaba previsto, o que, por lo menos, debiera de haberlo estado: Liesel no era Otto y aunque podía pasar por un muchachito imberbe, sus andares y sus gestos eran inequívocamente femeninos, lo suficiente para que la tropa acabara reparando en ello y comenzara a hacer comentarios maliciosos respecto a los gustos de Wilhelm von Reisenbach. No es que se escandalizasen demasiado, porque muchos no eran ajenos a tales complacencias, ni tampoco las aficiones de monarcas gloriosos constituían  ningún secreto para el pueblo, pero el hecho de que un prisionero se llevase a su desahogo sexual, disfrutando de él con la mayor impunidad tras los muros de la fortaleza, no es que clamase al cielo, simplemente parecía una desvergonzada burla.

Entonces, y a espaldas de su comandante, entre varios oficiales se urdió un plan bastante sórdido y que consistía en sorprender a amo y criado en el lecho, ya que así, pillados in in fraganti, la verdad no podría ocultarse por más tiempo.

Dicho y realizado. No habían transcurrido aún diez días de su estancia allí, cuando una noche, varios oficiales irrumpieron con violencia en los aposentos del poeta, provistos de lámparas que lo iluminaban todo.

La pareja, que dormía tranquilamente, se despertó asustada, y como ambos estaban desnudos, lo primero que vieron los militares fue a von Reisenbach tal como vino a este mundo y al imberbe jovenzuelo medio cubierto por las ropas de la cama, una pierna y los hombros y brazos a la vista de todos.

El oficial de mayor graduación exclamó sarcástico:

-¡Señor, vuestra desvergüenza no conoce limites; cuando se está en prisión las diversiones no tienen cabida entre sus muros!

Otro oficial se acercó a Liesel, que intentaba medrosamente cubrirse el cuerpo, y agarrándola de un brazo tiró de ella para sacarla del lecho.

-¿Cómo os atrevéis? –rugió Wilhelm furioso.

-¿Cómo os habéis atrevido vos a traer a este joven aquí para realizar con él vuestras execrables prácticas de sodomía, repugnante depravado? –replicó el que primero había hablado.

Los sorprendidos amantes palidecieron al oír aquello, y en ese preciso momento hizo su entrada allí el comandante von Engelhardt a quien se le acababa de advertir de lo que estaba sucediendo.  

Huelga decir que el digno militar no dio crédito a sus ojos en cuanto contempló la equívoca escena: uno de sus poetas favoritos acostado, en flagrante evidencia, con su criado.

-¿Qué significa todo esto? –preguntó innecesariamente tal vez animado por el secreto deseo de que “aquello”, no fuera más que el producto de un mal sueño.

Se adelantó el oficial de más alta graduación, autor del plan.

-Mi comandante, significa que nuestro huésped practica el vicio nefando y ha tenido el cinismo de traer a su amante consigo, para que le alegre las noches.

El comandante tragó con dificultad.

-¿Qué podéis responder a eso von Reisenbach?

En aquel preciso momento, el militar que forcejeaba con Liesel, consiguió arrebatarle el cobertor y la muchacha quedó indefensa y totalmente desnuda frente a todos aquellos hombres, aunque por poco tiempo, ya que Wilhelm la ocultó bajo su propio cuerpo.

-¿Qué es lo que sucede aquí? –preguntó con voz desmayada el comandante por completo aturdido, mientras el resto de la tropa se miraban los unos a los otros estupefactos.

Uno de los oficiales fue el primero en reaccionar.

-Señor, es evidente, el prisionero se vino con su ramera.

Al escuchar semejante insulto, Liesel creyó que iba a perder el sentido y cerró los ojos, entonces se oyó la voz de Wilhelm lo suficientemente alta y clara como para que nadie pudiese dejar de escucharla:

-¡Esta joven es mi esposa y exijo que se abandone inmediatamente nuestro dormitorio!

El instante encerraba una gran confusión, que de no ser tan dramática hubiera resultado hasta cómica, los oficiales miraron hacia su comandante en demanda de ayuda, y éste aún tuvo la presencia de ánimo suficiente para indicarles, con un gesto imperioso, que salieran del aposento. Al quedar solos los tres, el militar dijo, profundamente turbado y sin saber hacia donde mirar:

-Deploro lo que ha sucedido y os ofrezco mis excusas, señora... En cuanto a vos, caballero, vestios inmediatamente presentándoos en mi despacho; es imprescindible que hablemos sobre este desagradable incidente; las cosas no pueden quedar así.

En su nerviosismo, saludó con un taconazo castrense abandonando la habitación a toda prisa.

De nuevo a oscuras, pues al marchar, todos se llevaron las luces; en las tinieblas, Liesel murmuró con voz sepulcral:

-Es el fin; nos separarán.

-Eres mi esposa, no pueden hacerlo.

-Lo harán de todas formas ... y no soy vuestra esposa.

-¡Silencio!... ¡Si no por la ley de los hombres, lo eres a los ojos de Dios para mí, y lo serás de hecho frente al mundo en cuanto se acabe esta ignominia que estamos viviendo!

Ella habló, pero sin contestar a las palabras de Wilhelm.

-Vestios, señor, e id a escuchar lo que el comandante haya de deciros.

Él se vistió a tientas, mas prestamente, y antes de salir de la habitación la abrazó y besó, diciéndole con urgencia en el oído:

-Si te preguntasen que dónde y cuándo nos casamos, di que fue en el pueblo de Grünstein, hace seis meses, yo estaba allí entonces y coincidió mi estancia con que la iglesia del lugar sufrió un incendio muriendo el párroco poco después, inesperadamente, de una apoplejía, por lo demás recuerda que eres hija de un amigo mío también ya fallecido.

Saltó del lecho y se dirigía hacia la puerta, cuando la voz de ella resonó quedamente a sus espaldas:

-Señor...

-¿Qué?

-Me llamo Elisabeth Louise Mader, señor.

Wilhelm se detuvo en seco; era la primera vez que escuchaba el nombre completo de Liesel, con su apellido.

 

EL DESTERRADO © 2004 Estrella Cardona Gamio. |Aviso legal+Índice

Enlaces
Índice de contenidos
Páginas seleccionadas
Actualidad
Muy personal
pensamientos célebres
Novela
Novela on line
El desterrado
Mis blogs en:


© Estrella Cardona Gamio. Reservados todos los derechos. En línea desde 2004