EL
TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR |
Cuando
Dan Brown se hizo famoso con su Código da Vinci,
empezaron a lloverle las críticas desde dos frentes
por completo opuestos, y es acerca de uno de ellos sobre el
que deseo escribir.
Tal vez porque
el éxito desata muchas envidias, nadie quiere reconocerle
talento como novelista, e incluso se insinúa que él
no escribe sus obras sino que es su esposa quien lo hace,
pareciendo que con esta nueva acusación se le desprestigia
aún más, primero no es buen escritor, después
no es autor de lo que firma; si nos atuviéramos a esto
último quedaría zanjada la cuestión de
una manera bastante incongruente, ¿no os parece?
Pero, vamos
a ver, ¿en qué consiste ser un buen novelista?
En literatura no hay reglas fijas que lo determinen por la
sencilla razón de que quien decide finalmente siempre
es el público por encima de críticos pedantes
u operaciones de marketing oportunistas, y esto se ha visto
ampliamente confirmado no sólo con la acogida que ha
tenido su libro sino, lo uno ha traído lo otro, por
que ha creado escuela. A los hechos me remito, salir El
código da Vinci y crecerle secuelas como hongos,
todo ha sido uno; lo más gracioso del caso es que estos
imitadores también le critican cuando, estando muy
por debajo de él, no hacen más que seguir sus
huellas.
En literatura
sucede como con El traje nuevo del emperador -aquel
cuento que Andersen escribió inspirándose en
otro-; es de buen tono decir que se ve un traje inexistente
si los que saben más que nosotros (?) afirman que así
es, y sólo los niños, en el cuento, pueden señalar
la verdad. Digo bien en el cuento, en la realidad es mejor
callar o criticar, todo antes que decir nuestra sincera opinión
respecto a la obra de Dan Brown. Yo no comparto ese modo de
pensar y pregunto: ¿a qué se llama escribir
bien?, o, ¿qué se entiende por escribir bien?
Para mí
novelar bien es hacer una obra, luego inolvidable en el recuerdo,
que tenga garra e interés, y que haga que la leas casi
de un tirón, siendo eso precisamente lo que encontramos
en las novelas de Dan Brown. ¿Acaso Asimov era un académico
de la lengua?, no, pero sus novelas siguen siendo leídas
con avidez por los amantes del género, y nadie puede
negarle el éxito obtenido en sus primeros tiempos,
porque después, según parece, vivió de
ello e incluso echó mano de "negros" literarios
ya que su producción es exhaustiva y bastaba con que
oficiara de supervisor.
La literatura
se divide en dos grandes sectores, literatura de evasión
y literatura comprometida, trascendente y con mensaje. No
obstante, seamos sinceros, ¿quién no prefiere
ese tipo de evasión a deprimirse leyendo una novela
que nos pone un espejo delante de los propios ojos, recordándonos
nuestras miserias, nuestras angustias y nuestros miedos? No
es que le niegue el mérito a este tipo de literatura,
lo tiene, pero no se han de denostar las novelas de evasión
por miedo a pasar por inculto o ignorante, hay que tener esa
valentía y huir del snobismo, aunque, lo cortés
no quita lo valiente, honestamente, puedan conciliarse ambas
vertientes, ya que los extremos nunca son recomendables.
Yo he leído
novelas de profundos y sesudos autores que parecían
jugar a la ceremonia de confusión con sus textos, argumentos
semejantes a muñecas rusas y que, en este caso, no
conducen a ninguna parte ya que el laberinto comienza en el
primer capítulo y después se hace tan sumamente
intrincado que desde luego, cuando llega el final, descansas
pero te consideras ligeramente estafado, por no decir del
todo, leyendo un desenlace que parece burlar tu buena fe al
haberte hecho recorrer pacientemente el itinerario de una
novela envuelta en el caramelo de trascendencias filosóficas
que después se diluyen en la nada.
De una de estas
novelas leí la crítica y me hizo mucha gracia
ver como quien la redactara parecía un equilibrista
en la cuerda floja intentando justificar tal cúmulo
de divagaciones a cual más absurda, y luego, al finalizarla,
el pobre crítico afirmaba que el universo creado por
X, era sumamente abstruso para ser comprendido sin pararse
a meditarlo con detenimiento, supongo que resultaba obligado
atestiguar que el emperador había estrenado un nuevo
traje.
De manera casual,
mientras empezaba a escribir el presente artículo,
he leído unas declaraciones del profesor de arte y
experto mundial en delitos artísticos, ahora también
escritor, Noah Charney, quien hablando de El código
da Vinci, dice significativamente que si bien el libro
le enganchó pero que era frustrante por sus inexactitudes
–vuelvo a repetir que en ese tema no entro-, pensó
"que si podía alcanzar la misma fuerza narrativa,
solo contando la historia cierta de todo lo relacionado con
el mundo del arte, tendría la combinación perfecta".
Fijémonos
que menciona "la misma fuerza narrativa", es decir
que le reconoce a Dan Brown al menos un mérito y no
se recata en admitirlo, cosa que no hacen otros cuando se
muestran disconformes con su obra.
Y a eso voy
precisamente, a la fuerza narrativa de Brown, que sea cual
sea el tema que desarrolle lo hace con pulso de novelista;
el lector comienza intrigado por una situación impactante
y misteriosa, continúa leyendo y la aventura servida
no le defrauda en absoluto, tomemos por ejemplo su primera
novela La fortaleza digital, o La conspiración,
o Ángeles y Demonios, y nos hallamos ante
historias trepidantes cuyo interés no decae ni un segundo
y al que de todo corazón le agradeces que, al menos
por unas horas, te haya apartado de la siniestra tensión
existencial del mundo en el cual vives.
Pura carpintería
literaria, muy bien manejada y expuesta y de la que mucho
novatillo criticón podría tomar ejemplo, y también
alguna pluma de las llamadas consagradas, sobre todo en nuestro
país, ahora que a varios les ha dado por apuntarse
al carro de las intrigas de un género que podríamos
denominar "browniano".
© 2007 Estrella Cardona Gamio
7 .10.2007